Cállate y quiéreme
Acostada sobre tu lado izquierdo en tu pequeño sillón, estás viendo la televisión con el mute puesto. No te interesa escuchar los estúpidos diálogos, sólo quieres ver a los tipos semidesnudos en la playa. Tu madre te llama a comer, te levantas con pereza y caminas hacia la cocina. Otra vez carne con salsa de champiñones. Con desgano y haciendo muecas, te comes el platillo y te vas de nuevo a ver televisión.
Después de un rato acabas por hartarte y te levantas del sofá, caminas hacia el comedor y después hacia la puerta, piensas en salir pero te da flojera y mejor subes a tu cuarto de paredes azules; las ves y sonríes, te acuerdas. Te recuestas en tu cama y tomas a tu muñeco color naranja para quedarte profundamente dormida.
Es de noche y despiertas desesperada, ansiosa por ver que ha pasado, tuviste un sueño muy extraño. Tienes deseos de asegurarte de que no pase nada… sales de tu cuarto y ves que todos están dormidos, escuchas ruidos abajo y desciendes las escaleras lentamente. Alcanzas a escuchar que alguien mete la llave a la puerta y corres a tu cuarto. Entre abres tu puerta y escuchas toser a tu hermano. Sube al cuarto de visitas que le toca y se encierra dentro. Das un respiro de alivio, pues sólo era tu hermano. Tranquilizada ya cierras tu puerta también y piensas en la paz que te produce el saber que tu hermano… no era el del sueño. Te vuelves a acostar en tu cama, ves la luz de la luna y sientes que te llama. Sales por tu ventana al pequeño balconcito, y ahí afuera, debajo de las estrellas te dice la luna “Me ha pedido que te cuide” y te metes de nuevo. Piensas.
Bajas las escaleras y caminas otra vez hacia la puerta de tu casa, pateas algo y escuchas un ruido metálico debajo de tu pie. Son las llaves del automóvil, tu hermano las dejo tiradas. Te agachas, las tomas, te sientas en el suelo y juegas con ellas mientras piensas en quién más podría ser. Recuerdas y deprisa te levantas para salir en su búsqueda. Cierras la puerta con mucho cuidado de no hacer ruido y bajas las escaleras ayudada por la luz azul de la luna. Abres la reja sigilosamente y sacas el auto de la cochera. Ya después de cerrarla te encaminas a tu destino, al mismo tiempo que piensas en que si se dan cuenta tus padres será peor que el problema de la flor, por eso vas a cerciorarte de que todo acabe.
Mientras bajas por la colina piensas en qué hacer y cómo llegar. Son las doce y la luna te observa; las carreteras están vacías, pero aún así estás nerviosa. Finalmente llegas al empedrado, no fue larga travesía pero la tensión la hizo pesada. Bajas del auto gris buscando en tu mente el recuerdo de todos los detalles que alguna vez te mencionó; estás en lo correcto y te diriges a la casa del fondo.
En este momento la tensión de tu cuerpo se ha ido y al estar caminando hacia su casa te sientes despreocupada por lo que pueda pasar. ¿Qué más da?
Llegas a la puerta de entrada y buscas la maceta grande donde te dijo que estaba la llave, al hallar la vasija mueves tu mano con cuidado debajo del nopal de ornato que está sembrado para encontrarla; una vez que la tienes entre los dedos, silenciosamente la introduces en la cerradura, diente por diente entra sin hacer un solo ruido. Le das vuelta y separas la puerta antes de que truene el pestillo. Sin soltar la llave empujas la puerta y mueves el pestillo con la llave para que no golpeé. Igual, diente por diente la sacas y cierras la puerta sin producir sonido alguno. Caminas sobre la loseta fría con tus pies blancos descalzos hacia lo que crees que pueda ser la cocina. Antes de llegar ves sobre la mesa un pie de queso dentro de un platón, “soy golosa ¿y qué?” Tomas una rebanada y la comes con suma tranquilidad, saciando así tu necesidad de dulce. “Aprovechando, digo...” Piensas en reírte pero sofocas el aire antes de que alguien te escuche. Caminas hacia el pasillo y te detienes frente a las escaleras. Recuerdas por fin y subes despacio, cuidando de no pisar las partes que crujen. Terminando llegas al pasillo y das un vistazo para dar con el cuarto.
Tus ojos se posan de tu lado derecho y encuentras la señal “mi cuarto no tiene puerta.” “Qué gracioso, me diste todos los pasos para llegar a ti, y ahora mírate, ahí dormido...” Pasas debajo del marco de la puerta ausente y te percatas de la obscuridad que inunda el cuarto. Das un paso dentro y sientes cómo tu cabeza punza por la irrigación excesiva de sangre a tu cerebro. Ves a quien buscabas acostado debajo de las cobijas, solitario e inocente, con el rostro hacia el techo de blanco tirol. Llegas al borde de la cama y te pones a pensar si en realidad quieres eso para él, pero dejas ese pensamiento por otro lado y mejor piensas cuál va a ser la primer parte que ataques con el acaramelado cuchillo que tomaste del pie. Tomas el cuchillo entre tus dos manos, las cierras en un puño que aprieta con saña el mango del cuchillo y lo levantas por encima de tu cabeza, tú en tu rito nocturno. Te das cuenta de que tus manos aprietan tanto el cuchillo que éste tiembla a tal ritmo que tus ojos desean saltar de tu enfurecido rostro. De pronto se enciende una de las velas que están encima del mueble, abro los ojos y me encuentro con tus ojos clavados en mí. Abro mis labios para gritar por auxilio, pero tú mueves la mano izquierda hacia mi boca diciéndome “Cállate y quiéreme” Ya mudo me clavas el cuchillo ferozmente directamente sobre el esternón, con un solo crujido de papel se rompe y le abre el paso directo a mi corazón. Las gotas de sangre brotan hacia tu cara y tu mano izquierda aprieta mis mejillas hasta clavarme las uñas. Mis ojos desorbitados te gritan que ceses con el castigo, pues me es imposible moverme del dolor. Mi cuerpo se convulsiona mientras veo tu sombra agitarse continuamente sobre el techo y la pared. El movimiento te incita a seguir apuñalando mi cuerpo, de la fuerza rompes varias costillas y destrozas mi vientre hasta ver mis vísceras saltar en sangre. Sigues acuchillando mi cuerpo y ya cansada, sientes que éste es el último ataque. Débilmente lanzas la última cuchillada que se resbala por todo el esternón y va a parar al cuello. Te duelen tus brazos, dejas el cuchillo clavado y los bajas; volteas a tu derecha, encuentras la vela y de un soplido dejas la habitación de nuevo a obscuras.
Tus manos y rodillas están sobre el azulejo mojado, el agua te quema flagelándote y no lo soportas, no sabes qué pensar de lo que has hecho, no sabes cómo olvidarte de lo que has hecho. No estoy furioso, pero morir duele, créeme. Sientes una avasalladora debilidad que recorre tus músculos, tu cuerpo se vence cayendo sobre tu costado izquierdo, no quisieras aceptarlo, pero tus costillas sienten el tibio frío del suelo mientras rebotan las hirvientes gotas de la pasión que se acabó. Entre calambres y dolorosos espasmos recoges tus piernas y con temor las rodeas con tus brazos buscando seguridad. No sabes si llorar o reír. Te quiero y lo sabes, no había necesidad de tan violento silencio. Levantas la vista y entre el vapor y el empañado acrílico distingues mi silueta. Recargo mis sangrientas palmas sobre tu translúcida barrera. Me ves muerto. Llevas tus manos a tapar tus orejas y gritas de desesperación; mientras yo te veo llorar desnuda, y mi miedo es desnudo. Ahora por la coladera no sólo se derrama el agua, también tú.
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