Thursday, September 01, 2005

Agua (Becketian)

Put me somewhere I don’t want to be.


Dedos caminan en desvarío sobre la piel de los hombros mascándola con impotencia, huesos se agitan de frío gritándome que cese el martirio, el cuerpo tiembla en terror rodeado del ennegrecido gris del cuarto y la garganta se me hincha de hambre. Los ojos abandonados en esta profunda lobreguez merodean por las paredes con absurdo anhelo de escapar. Intento recordar cómo era éste lugar cuando había luz, buscando por las esquinas alguna razón para que me encerraras aquí... Y que yo no hiciera nada para evitarlo.

El clamor del aire en el cuarto me roba cualquier señal de que existe mi aliento; la individualidad de cada gota de agua que cae desde el techo, colapsándose contra una esquina del suelo cada diecisiete segundos y el provocado galimatías del rocío sobre el papel; se funden todos en un constante sonido, un solo zumbido que persiste en eco dentro de mis sucios oídos, hipnotizándome con su ingravidez.

El frío se desliza por hendiduras, levanta pequeños granos de óxido y los deposita sobre mis hombros, para que de ahí se inmiscuyan despacio entre mi espalda y la puerta causando el hormigueo previo al espasmo. Mi espina latiguea derribándome de bruces sobre el suelo tapizado. Al estremecerme sobre las hojas escucho ese crujir que no se dispersa en el zumbido, trae consigo la memoria de noticias ya muy viejas. No deseas cambiar los periódicos saturados de alcohol y desperdicios pues te empeñas en dejarme por siempre en el día de hoy. Muevo mi rostro sobre el áspero papel rascando mi nariz insensible ya al pútrido olor del mismo e intento respirar algo del aire que sobra. Con un cabal esfuerzo de mi cuerpo completo me recuesto sobre mi espalda, pues sólo de esta manera reposa llano mi cuello después de la fatiga de esconder mi cabeza todo el día. Mis dedos inquietos juegan con el harapo mugriento que cubre mi jadeante pecho y me quedo pensando en qué día es hoy.

Alejados del zumbido se escuchan pasos que se acercan por el otro lado de la puerta y finalmente se detienen. Recostado, levanto mis ojos para apreciar el visor abrirse en un sonoro deslizar y chocar metálico, seguido de los rayos de luz que entran empujándose con ansia, es triste que no sepan lo superfluos que son, la obscuridad aquí dentro es demasiada comparada con los tres pequeños cuadros que se proyectan, serán consumidos en muy poco tiempo. Y lo fueron, pues una silueta que se detiene junto a la puerta los corta. Distinta a todo lo que mis oídos están acostumbrados llega una voz; tu voz.

- ¿Cómo estás?

- Solo

Con un violento estruendo cierras el visor, tus pasos se alejan acompañados por el eco y suelto la respiración contenida por el nerviosismo de que hayas estado cerca.

Mi soledad no aventaja al agua que gotea y la escucho de nuevo en medio de mi sordera. Doy un profundo respiro, giro de nuevo y me levanto en brazos y rodillas para gatear al otro lado. Arrastrarme de esta manera duele y me elevo en débiles piernas, fallan. Durante la caída intento impedir con mis manos el golpe contra el suelo, pero sobre mi cara se siente la pared del fondo. Caigo boca arriba y aprieto los párpados, las pulsaciones que hinchan mi cráneo paulatinamente me impiden calcular si la distancia que recorrí fue en realidad la del cuarto. Toco mi mejilla y descubro pequeños granos en mi piel, no precisamente de piedra, pues duelen y están húmedos, me llevo los dedos a la boca y me sabe a sangre. Ahí tirado me quedo dormido y sueño tu rostro. Lo que recuerdo de tu rostro.

Un fuerte golpe en la puerta me despierta y me incorporo asustado. Jalan del pestillo y le abren el cuarto a la luz que me sofoca y penetra mis párpados, dejando una sola visión blanca que me obliga huir hacia una de las esquinas. Escucho el rechinido de latón sarroso, acompañado de pesadas gotas que después se convertirían en un poderoso chorro contra la pared. La porosa superficie sorbe el agua como un niño de un vaso, y poco a poco se acerca a mí hasta que siento gotas salpicándome. Apenas me había acostumbrado al brillo de aquel umbral, cuando me apuntan iluminando el rostro. “Ahí estás.” Dirigen el chorro hacia mi cuerpo agazapado en el rincón, lavándome por primera vez. Siento el golpeteo tempestuoso del agua amoratar mi piel y me desdoblo tendiéndome agotado sobre el suelo. El agua me empuja igual que a la porquería que junto a mí está encerrada. Con mi rostro todavía bajo la luz, escucho cómo escurre el agua por una coladera y mi respiración se acelera al mismo tiempo que siento un tremor de placer por todo el cuerpo. Utilizando el mismo chorro lavan sin prisa el resto del suelo, lo hacen tan lento que me altera, lo hacen como si conocieran el ansia que tengo de ir a ver qué hay en la esquina. El sutil repique del latón llega de nuevo y el torrente regresa a ser gotas que destacan similares a las que caen del techo. El zumbido comienza a palidecer el cantar del agua al igual que la obscuridad engulle la luz en lenta agonía. Por fin llega el sonoro metal que es cerrado con pestillo y candado. Gateo con urgencia hacia la esquina donde continúa escurriendo el agua con esperanza de escapar. Con las manos temblorosas intento seguir la corriente para dar con el desagüe, sólo para encontrarme con una simple ranura en el suelo, demasiado pequeña inclusive para mi mano. Dejo escapar mi aliento de golpe y regurgito.

Mi asfixia en el persistente sonido y su evasión ante cualquier otro estímulo me privan del diáfano chocar del visor. Sólo a mis ojos llega la arremolinada náusea de ver el polvo flotar en ciclos muy dentro del halo mudo que llega de la puerta. Tu silueta cruza al tiempo en que lanzas pedazos de algo al interior. Me acerco.

- ¡No quieres que muera de inanición y sólo me das carne cruda!

La luz se va, pero el polvo persiste pestilente en mi rostro. Desolado palpando a obscuras el suelo busco mi rancio alimento hasta que topo con algo viscoso. Lo recojo lascivo hasta donde recuerdo que está mi rostro y aspiro fuerte intentando captar el sutil olor a sangre, pero costea el diáfano hedor a vómito alcohólico. Enfurecido arrojo el periódico hasta embarrarse en la pared y agonizar en un lento escurrir, restriego mi mano en mis andrajos y te maldigo.

El choque del visor ha ignorado al murmullo pues me despierta por primera vez, dándome vista a mi reducido espacio entre dos paredes y mis brazos atados por la cintura. Dejándome caer revivo el saludo del papel con delicados chasquidos. Por encima de mi cabeza llegan otros rumores que me indican que alguien se acerca. Se distingue una sombra incluso más densa que la penumbra que me rodea, mientras se aproxima se desgaja atemorizante.

- ¡Diles que se vayan!

Las sombras en su lento caminar arrastran sus seis pies en la tierra remanente en el periódico, al paso que murmuran con densas voces.

- ¡Diles que no se acerquen!

El murmullo va subiendo de volumen al grado en que distingo mi nombre en su cavernoso unísono. Veo sus manos venir y acariciar mi cabeza de una manera tan fálica que produce una extraña excitación insana que me aterra; pasean sus tersos labios por mis brazos para llegar a la cuerda y destruirla con libidinosas dentelladas.

- ¡Diles que me dejen en paz!

Tiran de mis cabellos en cosecha furtiva de mis memorias, intentando desgarrar los harapos mientras me pronuncian en coro lúgubre, acelerando al mismo ritmo que la fuerza y constancia de los tirones.

- ¿No te basta tenerme así?

Todo cesa cuando suena el eco de mi voz. Con mis recuerdos alterados y sin más recurso, tomo mis piernas y me recuesto sobre mi lado izquierdo. Tiemblo.

El pesado sabor en la lengua del opio seco me despierta, abro los ojos y percibo lo mismo que cuando estaban cerrados, aún así, sé que no estoy dormido. Toco mi cuerpo desnudo y siento mi piel que ya no está sucia. Una gota que resbala del techo es desgarrada por el aire dando pie al preludio del zumbar, luego vértigo enalteciendo la jaqueca y la nausea, el hedor escampa. Vomito.

Con el aliento ácido encarando al suelo, la garganta dilatada y mi vientre acalambrado escucho un grito despejado que enmudece todo.

- ¡Agua!

Arrastro mi cuerpo en dirección a la luz de la puerta y me incorporo. Apoyo la barbilla en la puerta, cierro los ojos y abro la boca para sentir el líquido llenar mi boca, olvidándome de suprimir el antojo de juguetear mi lengua en el frío, aunque provoque asfixia sin ataviarme. Súbitamente se corta. - ¡Más! -. Murmullos del otro lado y cierran el visor en mi rostro. Derrotado, me dejo caer y en el constante arrullo del zumbido del agua, me duermo.

Despierto y en la pared los tres cuadros, interrumpidos de nuevo por una sombra que vadea de un lado a otro, buscando algo. Me pongo en pie y abro la boca junto a la rendija en espera de más agua; percibiendo así un suave aliento detrás del siseo y la puerta. Aspiro varias veces por el visor. Tu. Bajo la cabeza en vano intento de verte a través del recuadro, pues mis párpados titubean por la falta da obscuridad. Sometido a dejarlos cerrados recargo mi frente en el visor. – Te extraño. – Un triste gemido y se cierra el visor. Acerco mi mano hacia la puerta y la rasgo, llevándome óxido en las uñas. – Sé que sigues ahí, no te pienso dejar ir hasta que me escuches. – Rasgo de nuevo y acaricio el visor pensando en tus labios. – Tengo sed. – Del otro lado se escucha tu dolor y los pasos que se alejan. Me derrumbo.

De nuevo se abre la esperanza en medio de la obscura soledad y lanzan otra porción de carne. Temblando de desesperación, gateo hacia ella. Cierran el visor y en medio de la penumbra el pedazo me dice:

- Escucha mi memoria muscular. Ella no te quiere.

Lo tomo entre mis dedos apretándolo con rabia. El recuerdo de la carne me tienta perenne, lo acerco a mi rostro, huelo su sangre cruda y le entierro las uñas.

- ¡No es cierto!

Lo levanto al tiempo que mis yemas aplastan suave, exprimiéndolo más y más. Su voz que resuena en mi cabeza me lleva a sujetarlo firme y arrancarle un trozo.

- No te quiere.

Queriéndome olvidar de su carne- ¡No es cierto! – arrancándole trozos – ¡No es cierto! – surgen nuevas bocas que me aturden – ¡No es cierto! – tentándome a poseer sólo carne y su memoria– Ella no te quiere – hasta que en un clamor ensangrentado destrozo por completo al mensajero.

Manchado en cansancio dejo caer mis manos al suelo y entre dolorosos suspiros intento convencerme: No es cierto.

Me despierto atado en el lúgubre sonido en medio de nada, seco. Mi respiración es ocupada por el aliento de las gotas que me rodean, mas no son sólo las gotas, hay alguien más. Mis ojos desquiciados buscan de nuevo algún ínfimo rayo de luz, necesito dar con algún orificio qué rascar. Los muslos se endurecen al incorporarme y mis dedos se constriñen en estas simiescas garras que arañan el periódico cuando camino. Escucho sobre mí las gotas desprenderse del techo, atraparlas con cualquier parte del rostro resulta inútil, pues se mueven y me rodean, me pierden. Ya no sé si lo que se oye son las gotas que se desprenden o las que golpean. Tampoco sé si lo que veo es una de las paredes o el techo, a mi espalda todo es tieso y frío y ellos murmuran. Un espasmo viene y me forza a patear al frente, llega el crujir resonante del papel y me dejo caer en la misma dirección. La colisión muda y el dolor indican que estoy de pie junto a la pared. Me dejo caer y deambulo de rodillas rasguñando toda la pared en crudo intento de encontrar esa puerta oxidada, sólo pienso el encontrarla y golpear hasta que respondan. Los de adentro comienzan a llamarme y ni el ruido del agua, las piedras entre mis uñas o incluso el zumbido logran ahogar sus voces. Mis manos tiemblan rascando en la pared, las siluetas de los rostros que creo que tienes. Los oídos arden en medio de quejidos que me llaman por un nombre que ya no reconozco como el mío y que no sé si pueda ser el tuyo. Mi lengua disecada lo repite, pero mi mente no se acuerda de cómo articularlo. Por más fuerte que rasque no puedo tajar esta agonía, sólo se me ocurre gritar.

Un solo eco y silencio. Se detienen las gotas a medio aire y cesa el zumbido y con él, el vértigo. Todo está quieto, me deslindo de la pared y gateo lentamente por el suelo. Al sentir en mis palmas la fría piedra deposito mi rostro demacrado. Mi respiración no jadea ni levanta polvo y el hedor no está. Aprieto los párpados y se escapa una gota que resbala y cae, pero antes de golpear se detiene. Levanto el rostro y veo tres figuras en bata blanca. Han traído a los más viejos. Uno de ellos se acerca y me extiende la mano dándome en su palma un destello azul en el que dejo todo mi dolor.

“Quiero nunca ver ese lugar de nuevo, quiero nunca probar tu agua otra vez.”

Observas de frente tu recuerdo de mis ojos perdidos. Retrocedes y tu vista se encuentra con los tres cuadros en la pared. Das media vuelta y ves el visor de la puerta arriba de mi cabeza. Tu mirada sale antes que lo cierren y afuera te encuentras contigo corriendo la rendija. Das la espalda a la prisión y comienzas a caminar por el pasillo de tu pecho. Levantas las manos y jalas las cortinas azules, para que los dedos te abotonen esa camisa azul, cerrando así la memoria palpitante. Te llevas las manos al rostro y repites mi nombre.

Rodeada de goteras, despiertas, abres los ojos y entre de los tres cuadros de luz escuchas:

- ¡Agua!

Monday, July 18, 2005

La mujer de acrílico

Hola, no, no me he arrepentido, sino que tenía muchas ganas de poner esta "saga" de cuentos y poemas que escribí en el 99... si ya tiene eones, pero desde hace como seis meses tenía ganas de ponerlo.. sólo que no sabía donde... :) (sobretodo por ese de cállate y quiéreme, que esta de pocamadre, mas que nada por los tips de cómo entrar a mi casa... :D)
Disfrutenlos...

Veneno

No quería llegar a esto pero...


... veces pense que yo podría ser...
Ahora me doy cuenta que no...
Me doy cuenta de mis errores,
Espero que en un error esté yo.


Si acaso te dejara,
Tu me harías matarme;
Para sobrevivirte, debo
Sobrevivir de mí primero.
Alguna vez pense en tu perdón,
Pero sí, te perdono...
Y no hay más opción que los hechos,
Sé que mi carne se pudre en dolor.


Ella ahora, tú ahora, nadie ahora.


Pero debo ser fuerte,
Me dejaste desamparado y perdido, desnudo.
Ahora desnudo... y sin miedo.
Y mi miedo es desnudo.

Llegue a sentirme muerto,
Por probar tu espeso veneno
Que dejé me alimentaras.
Culpa,
Mía la sentí.
No, yo sé que mi nombre
No significa nada para ti.

Lástima, lastima.

Pude haberlo sido pero no quisiste.
Decidiste seguir tu juego
Y yo caí en mi propio juego tuyo;
Lo sé y no caeré de nuevo
Y si lo hago lo harás conmigo.

El dolor del alcohol

“Sólo estoy vivo cuando me tocas,
sólo estoy vivo cuando me matas.”

Las lágrimas en este momento te vienen valiendo madres, ¿de qué sirven, si lo que quieres no es precisamente acordarte? Bienvenido sea el apendejador alcohol.


-
Necesito perderme un poco.

Estás sentado en un alto banco junto a la barra, la madera del borde se clava dolorosamente en tu espalda, pero tu letargo es tal que ni la sientes. El cuello estirado, también indoloro deposita tu cabeza sobre un vaso con aún pocos hielos, alcohol, agua y sudor. A los oídos te llega un violento vibrar de las cuerdas de una guitarra, conocida tonada que te empuja a levantarte. Te incorporas sentado todavía sobre el banquito y te pones a cantar. De tu boca salen palabras con una velocidad no propia de los labios de un ebrio, como si hubieras nacido con ellas en la mente. De pronto, la guitarra deja de sonar, los demonios escapan de tu cuerpo y descansas regresando a tu incómoda posición. Las horas caminan alrededor del reloj de la pared, y tú, sin darte cuenta. Pasan los clientes; entran, salen, regresan más tarde a pagar y tú sigues en tu posición reconfortante.

Sientes algo en tu cabeza, es la idea que pasa. Debiste tener algo de alimento en el estómago antes de borrarlo con alcohol. Sin separar la nuca del succionador vaso, mueves tu brazo derecho hacia el pequeño plato botanero. Pones la mano sobre los ancianos y polvorientos cacahuates que sudan grasa suficiente para limpiar de alcohol tu piel. Entre tus yemas sientes los filosos granos de sal y sabes que los cacahuates te pertenecen. Cierras tus dedos y para no tirar ninguno mueves rápidamente tu mano hacia tu entreabierta boca, tirando en el camino la mitad. Luego al chocar con tus labios, cae la mitad de lo que quedaba; acabas comiendo dos. De nuevo sientes extraño, te acabas de acordar de… algo… no lo recuerdas, te sientes hundido en una profunda laguna… llena de azul, agua azul... junto a una playa donde hay palmeras y cocos con sombrillas pequeñas y rosadas. Recostada en la arena, una hermosa mujerzuela desnuda te llama a que la seduzcas con tus sutiles encantos de beodo mugroso… Te acuerdas del pesar de tu pensamiento, su multiflorida imagen. Recuerdas que bebes para olvidarte de ella y expulsas los ensalivados cacahuates, caen clavándose en la espuma que ha estado escurriendo de tu boca.

Deseas que el alcohol te subyugue, quieres solamente olvidarla. Te incorporas, tomas el pedestal de vidrio que sostenía tu cabeza y bebes lo que queda, pero lo pruebas salado y terregoso. Pides otra y recargas tu cabeza de nuevo en el vaso. Doblado esperas pacientemente, para ti unos cuantos segundos; en realidad, diez minutos. Te incorporas de nuevo y de un trago te dosificas el contenido. Harto de no encontrar la barra, azotas el vaso y regresas a recargar tu cabeza en él. Está frío. Se enfría la piel de tu cabeza y de nuevo llega la imagen: la sonrisa que mucho tiempo escondió de ti, su claro cabello que sentías cuando suave acariciaba tu rostro con el viento. Deseas tenerla de nuevo, tener su delgada figura junto a ti. Piensas en ver sus ojos, pero despiertas ante el café de la madera barnizada, lugar de tu descanso.

Sientes mojada tu mejilla y no es precisamente por el vaho del hielo, te enderezas y ves al cantinero. Sus ojos no te dicen nada, pero en ellos encuentras su recuerdo. Desesperado te levantas y vas al baño. Entras y lo primero que ves es tu rostro en el espejo. La ves detrás de ti y volteas rápidamente como si en realidad fuera a estar ahí dentro.

Bajas las manos y abres la llave, se escucha el sonido del aire regurgitando en la tubería y se escupe a tus manos un instante de agua. Tardas mucho en decidirte y se te escapa entre los dedos. Golpeas fuertemente el grifo y reacciona. Extiendes los dedos, tomas el agua corriente entre tus manos y la arrojas contra tu rostro. El líquido se filtra por tus poros, sientes a tu piel respirar libre de todo ese sudor etílico. Hueles tus manos y percibes un ácido olor a mendigo alcoholizado que seca tu boca.

Tu lengua te pide algo, y tú siguiendo tus impulsivos deseos tomas agua de tus manos, pero no tiene el efecto esperado. Sales apresuradamente del baño pensando en pedir otro vaso de ron. Los goznes de la puerta y una botella dando vueltas en el aire. Pides uno lleno del olvido evocador.

Después de varias copas más sientes cómo la amnesia te está derrotando, tus ojos viajan de un lugar a otro intentando captar algo pero no lo logras. Por el contrario, tu mirada se fija en los ojos del cantinero. Sus ojos, sus bellos ojos cafés. Extrañas el tenerlos cerca de ti y verlos cerrarse con ternura al momento en que tus labios tocan su piel. No la puedes olvidar. Golpeas la mesa y te pones a reír, voz que duele al irse transformando en un llanto despechado.

De nuevo tus ojos a los del mesero, después a los de ella, y mejor al barniz de la barra. Abres tu boca, pero te arrepientes de decir nada y la cierras. Empiezas a llorar de nuevo. Le dices al cantinero que se acerque y le pides otra, antes de que parta le dices que a ti siempre te toca perder, que ahora sea bondadoso y te la ponga doble. Regresa y pone el trago frente a ti. Limpias tus lágrimas con la manga y le dices que estás perdido sin ella, que la necesitas más que al alcohol. En ese momento escuchas su voz, te levantas sin ningún mareo y tu boca comienza a llenarse de salada saliva. Ves a tu mujer y caminas hacia ella, tal y como la recordabas, es hermosa y te sonríe. La saliva se acumula demasiado salada y sientes algo ácido en tu garganta. La ves un instante más. La boca te arde y vomitas.

Despiertas ante el profanado color blanco, tus manos te duelen por apretar con fuerza la pálida piedra. Tus cabellos flotan dentro del agua y en medio de la repugnancia. Hincado sobre lo que habías expulsado antes de llegar, sientes cómo tus pantalones se resbalan sobre el suelo, pero tus dedos están bien aferrados al escusado. Cierras los ojos esperando cambiar de lugar, y la ves de nuevo, pero sabes que sólo es dentro de tu cabeza, abres los ojos pues el alcohol de nuevo se escapa de tu garganta. Esta vez no te contienes y sientes que te puede ir mal.

Sofocas las lágrimas con los tus párpados y la ves de nuevo. “Quiero pasar.” Pero la puerta no se abre pues te golpea la espalda, se agita tu cabeza y el vértigo se escapa de nuevo. Pones tus manos frente al rostro, pero son manchadas por el último ataque y te arden. En tu rostro, el ardor que de nuevo sube por la garganta, cierras la boca, pero escapa por la nariz. Pones tus manos de nuevo sobre la fría piedra, quieres enterrar tus dedos y apagar el dolor; pero no se va, al contrario, crece y corre hacia tu garganta... de nuevo. Esta vez no viene solo. La garganta reclama y tose sangre. Piensas en ella. “Déjame pasar.” La oyes que entra, se acerca a ti y se arrodilla junto a ti. Pone su suave mano en tu espalda, la mueve hacia arriba y te acaricia el hombro. Sientes alivio, pero no dura mucho. Otra vez vomitas sangre y su mano desaparece. “¡Perdóname por lo que he hecho!” Ella nunca llega y te quedas ahí tirado, abrazando a tu dios de porcelana. Muerto.

Cállate y quiéreme

Sola en tu casa, dentro de la ducha enjuagas tu cuerpo limpiándolo de lo que ha pasado. Quisieras olvidarte de mí, pero el paso de tus manos lavando tu cuerpo te recuerdan a las mías acariciándote. Cierras tus ojos apretando fuertemente los párpados, llevas las manos a tu cabeza y gritas de desesperación, pero nadie te oye. Caes pesadamente sobre tus rodillas y apoyas las palmas en el piso mojado, ahora sientes que las destructivas gotas te castigan mientras de acuerdas de mí.

Acostada sobre tu lado izquierdo en tu pequeño sillón, estás viendo la televisión con el mute puesto. No te interesa escuchar los estúpidos diálogos, sólo quieres ver a los tipos semidesnudos en la playa. Tu madre te llama a comer, te levantas con pereza y caminas hacia la cocina. Otra vez carne con salsa de champiñones. Con desgano y haciendo muecas, te comes el platillo y te vas de nuevo a ver televisión.

Después de un rato acabas por hartarte y te levantas del sofá, caminas hacia el comedor y después hacia la puerta, piensas en salir pero te da flojera y mejor subes a tu cuarto de paredes azules; las ves y sonríes, te acuerdas. Te recuestas en tu cama y tomas a tu muñeco color naranja para quedarte profundamente dormida.

Es de noche y despiertas desesperada, ansiosa por ver que ha pasado, tuviste un sueño muy extraño. Tienes deseos de asegurarte de que no pase nada… sales de tu cuarto y ves que todos están dormidos, escuchas ruidos abajo y desciendes las escaleras lentamente. Alcanzas a escuchar que alguien mete la llave a la puerta y corres a tu cuarto. Entre abres tu puerta y escuchas toser a tu hermano. Sube al cuarto de visitas que le toca y se encierra dentro. Das un respiro de alivio, pues sólo era tu hermano. Tranquilizada ya cierras tu puerta también y piensas en la paz que te produce el saber que tu hermano… no era el del sueño. Te vuelves a acostar en tu cama, ves la luz de la luna y sientes que te llama. Sales por tu ventana al pequeño balconcito, y ahí afuera, debajo de las estrellas te dice la luna “Me ha pedido que te cuide” y te metes de nuevo. Piensas.

Bajas las escaleras y caminas otra vez hacia la puerta de tu casa, pateas algo y escuchas un ruido metálico debajo de tu pie. Son las llaves del automóvil, tu hermano las dejo tiradas. Te agachas, las tomas, te sientas en el suelo y juegas con ellas mientras piensas en quién más podría ser. Recuerdas y deprisa te levantas para salir en su búsqueda. Cierras la puerta con mucho cuidado de no hacer ruido y bajas las escaleras ayudada por la luz azul de la luna. Abres la reja sigilosamente y sacas el auto de la cochera. Ya después de cerrarla te encaminas a tu destino, al mismo tiempo que piensas en que si se dan cuenta tus padres será peor que el problema de la flor, por eso vas a cerciorarte de que todo acabe.

Mientras bajas por la colina piensas en qué hacer y cómo llegar. Son las doce y la luna te observa; las carreteras están vacías, pero aún así estás nerviosa. Finalmente llegas al empedrado, no fue larga travesía pero la tensión la hizo pesada. Bajas del auto gris buscando en tu mente el recuerdo de todos los detalles que alguna vez te mencionó; estás en lo correcto y te diriges a la casa del fondo.

En este momento la tensión de tu cuerpo se ha ido y al estar caminando hacia su casa te sientes despreocupada por lo que pueda pasar. ¿Qué más da?

Llegas a la puerta de entrada y buscas la maceta grande donde te dijo que estaba la llave, al hallar la vasija mueves tu mano con cuidado debajo del nopal de ornato que está sembrado para encontrarla; una vez que la tienes entre los dedos, silenciosamente la introduces en la cerradura, diente por diente entra sin hacer un solo ruido. Le das vuelta y separas la puerta antes de que truene el pestillo. Sin soltar la llave empujas la puerta y mueves el pestillo con la llave para que no golpeé. Igual, diente por diente la sacas y cierras la puerta sin producir sonido alguno. Caminas sobre la loseta fría con tus pies blancos descalzos hacia lo que crees que pueda ser la cocina. Antes de llegar ves sobre la mesa un pie de queso dentro de un platón, “soy golosa ¿y qué?” Tomas una rebanada y la comes con suma tranquilidad, saciando así tu necesidad de dulce. “Aprovechando, digo...” Piensas en reírte pero sofocas el aire antes de que alguien te escuche. Caminas hacia el pasillo y te detienes frente a las escaleras. Recuerdas por fin y subes despacio, cuidando de no pisar las partes que crujen. Terminando llegas al pasillo y das un vistazo para dar con el cuarto.

Tus ojos se posan de tu lado derecho y encuentras la señal “mi cuarto no tiene puerta.” “Qué gracioso, me diste todos los pasos para llegar a ti, y ahora mírate, ahí dormido...” Pasas debajo del marco de la puerta ausente y te percatas de la obscuridad que inunda el cuarto. Das un paso dentro y sientes cómo tu cabeza punza por la irrigación excesiva de sangre a tu cerebro. Ves a quien buscabas acostado debajo de las cobijas, solitario e inocente, con el rostro hacia el techo de blanco tirol. Llegas al borde de la cama y te pones a pensar si en realidad quieres eso para él, pero dejas ese pensamiento por otro lado y mejor piensas cuál va a ser la primer parte que ataques con el acaramelado cuchillo que tomaste del pie. Tomas el cuchillo entre tus dos manos, las cierras en un puño que aprieta con saña el mango del cuchillo y lo levantas por encima de tu cabeza, tú en tu rito nocturno. Te das cuenta de que tus manos aprietan tanto el cuchillo que éste tiembla a tal ritmo que tus ojos desean saltar de tu enfurecido rostro. De pronto se enciende una de las velas que están encima del mueble, abro los ojos y me encuentro con tus ojos clavados en mí. Abro mis labios para gritar por auxilio, pero tú mueves la mano izquierda hacia mi boca diciéndome “Cállate y quiéreme” Ya mudo me clavas el cuchillo ferozmente directamente sobre el esternón, con un solo crujido de papel se rompe y le abre el paso directo a mi corazón. Las gotas de sangre brotan hacia tu cara y tu mano izquierda aprieta mis mejillas hasta clavarme las uñas. Mis ojos desorbitados te gritan que ceses con el castigo, pues me es imposible moverme del dolor. Mi cuerpo se convulsiona mientras veo tu sombra agitarse continuamente sobre el techo y la pared. El movimiento te incita a seguir apuñalando mi cuerpo, de la fuerza rompes varias costillas y destrozas mi vientre hasta ver mis vísceras saltar en sangre. Sigues acuchillando mi cuerpo y ya cansada, sientes que éste es el último ataque. Débilmente lanzas la última cuchillada que se resbala por todo el esternón y va a parar al cuello. Te duelen tus brazos, dejas el cuchillo clavado y los bajas; volteas a tu derecha, encuentras la vela y de un soplido dejas la habitación de nuevo a obscuras.

Tus manos y rodillas están sobre el azulejo mojado, el agua te quema flagelándote y no lo soportas, no sabes qué pensar de lo que has hecho, no sabes cómo olvidarte de lo que has hecho. No estoy furioso, pero morir duele, créeme. Sientes una avasalladora debilidad que recorre tus músculos, tu cuerpo se vence cayendo sobre tu costado izquierdo, no quisieras aceptarlo, pero tus costillas sienten el tibio frío del suelo mientras rebotan las hirvientes gotas de la pasión que se acabó. Entre calambres y dolorosos espasmos recoges tus piernas y con temor las rodeas con tus brazos buscando seguridad. No sabes si llorar o reír. Te quiero y lo sabes, no había necesidad de tan violento silencio. Levantas la vista y entre el vapor y el empañado acrílico distingues mi silueta. Recargo mis sangrientas palmas sobre tu translúcida barrera. Me ves muerto. Llevas tus manos a tapar tus orejas y gritas de desesperación; mientras yo te veo llorar desnuda, y mi miedo es desnudo. Ahora por la coladera no sólo se derrama el agua, también tú.

Me lastima tu sinceridad

Radiante, sonriente y delante de tu espejo. Esta noche será tuya, te sabes hermosa y hoy nadie te opacará. Aplicas tu lápiz labial pensando en cómo se verá su boca después de besarlo. Abres los ojos y encuentras mi reflejo detrás de ti. Parpadeas para saber si es cierto; sí, soy yo. Intentas voltear, pero llegan mis manos sobre tus desnudos hombros a evitarlo, también culpables en su descenso de que caigan tus brazos. Tomo tus manos a pleno movimiento hacia tu abdomen, sé que quieres lo que sientes cuando mis brazos te rodean. Con los ojos cerrados respiras de mi aliento que te viene detrás de la oreja, tocas con tu cuello mis labios y comienzo a caminar sobre ti. Despojas la toalla de tu agitado pecho mientras lo recorres con tus manos. Mis dedos van por tu abdomen y cintura hasta llegar a las caderas, pero las tomas pues quieres que yo también te sienta latir cuando beso tu garganta. Te mantienes atrapada a mis manos y encerrada en tus párpados, experimentando esa tensión pasional, “ya te extrañaba”; rigor que te recorre para cederme tu todo: tu abdomen, vientre, pubis. Por dentro sientes y sudas relajando tus caderas y rodillas. Llega ese instante de luz que coreas con llanto y luego despiertas. Tu rostro solitario en el espejo, te das vuelta y me buscas. Sabes que no estoy y escondes tus ojos tristes.

Abres los ojos y ves tu rostro solo, marchito con lágrimas teñidas que recorren tus mejillas. Cierras los ojos y piensas en lo que has hecho, en lo que has perdido, en lo que ahora yace muerto.