Agua (Becketian)
Put me somewhere I don’t want to be.
Dedos caminan en desvarío sobre la piel de los hombros mascándola con impotencia, huesos se agitan de frío gritándome que cese el martirio, el cuerpo tiembla en terror rodeado del ennegrecido gris del cuarto y la garganta se me hincha de hambre. Los ojos abandonados en esta profunda lobreguez merodean por las paredes con absurdo anhelo de escapar. Intento recordar cómo era éste lugar cuando había luz, buscando por las esquinas alguna razón para que me encerraras aquí... Y que yo no hiciera nada para evitarlo.
El clamor del aire en el cuarto me roba cualquier señal de que existe mi aliento; la individualidad de cada gota de agua que cae desde el techo, colapsándose contra una esquina del suelo cada diecisiete segundos y el provocado galimatías del rocío sobre el papel; se funden todos en un constante sonido, un solo zumbido que persiste en eco dentro de mis sucios oídos, hipnotizándome con su ingravidez.
El frío se desliza por hendiduras, levanta pequeños granos de óxido y los deposita sobre mis hombros, para que de ahí se inmiscuyan despacio entre mi espalda y la puerta causando el hormigueo previo al espasmo. Mi espina latiguea derribándome de bruces sobre el suelo tapizado. Al estremecerme sobre las hojas escucho ese crujir que no se dispersa en el zumbido, trae consigo la memoria de noticias ya muy viejas. No deseas cambiar los periódicos saturados de alcohol y desperdicios pues te empeñas en dejarme por siempre en el día de hoy. Muevo mi rostro sobre el áspero papel rascando mi nariz insensible ya al pútrido olor del mismo e intento respirar algo del aire que sobra. Con un cabal esfuerzo de mi cuerpo completo me recuesto sobre mi espalda, pues sólo de esta manera reposa llano mi cuello después de la fatiga de esconder mi cabeza todo el día. Mis dedos inquietos juegan con el harapo mugriento que cubre mi jadeante pecho y me quedo pensando en qué día es hoy.
Alejados del zumbido se escuchan pasos que se acercan por el otro lado de la puerta y finalmente se detienen. Recostado, levanto mis ojos para apreciar el visor abrirse en un sonoro deslizar y chocar metálico, seguido de los rayos de luz que entran empujándose con ansia, es triste que no sepan lo superfluos que son, la obscuridad aquí dentro es demasiada comparada con los tres pequeños cuadros que se proyectan, serán consumidos en muy poco tiempo. Y lo fueron, pues una silueta que se detiene junto a la puerta los corta. Distinta a todo lo que mis oídos están acostumbrados llega una voz; tu voz.
- ¿Cómo estás?
- Solo
Con un violento estruendo cierras el visor, tus pasos se alejan acompañados por el eco y suelto la respiración contenida por el nerviosismo de que hayas estado cerca.
Mi soledad no aventaja al agua que gotea y la escucho de nuevo en medio de mi sordera. Doy un profundo respiro, giro de nuevo y me levanto en brazos y rodillas para gatear al otro lado. Arrastrarme de esta manera duele y me elevo en débiles piernas, fallan. Durante la caída intento impedir con mis manos el golpe contra el suelo, pero sobre mi cara se siente la pared del fondo. Caigo boca arriba y aprieto los párpados, las pulsaciones que hinchan mi cráneo paulatinamente me impiden calcular si la distancia que recorrí fue en realidad la del cuarto. Toco mi mejilla y descubro pequeños granos en mi piel, no precisamente de piedra, pues duelen y están húmedos, me llevo los dedos a la boca y me sabe a sangre. Ahí tirado me quedo dormido y sueño tu rostro. Lo que recuerdo de tu rostro.
Un fuerte golpe en la puerta me despierta y me incorporo asustado. Jalan del pestillo y le abren el cuarto a la luz que me sofoca y penetra mis párpados, dejando una sola visión blanca que me obliga huir hacia una de las esquinas. Escucho el rechinido de latón sarroso, acompañado de pesadas gotas que después se convertirían en un poderoso chorro contra la pared. La porosa superficie sorbe el agua como un niño de un vaso, y poco a poco se acerca a mí hasta que siento gotas salpicándome. Apenas me había acostumbrado al brillo de aquel umbral, cuando me apuntan iluminando el rostro. “Ahí estás.” Dirigen el chorro hacia mi cuerpo agazapado en el rincón, lavándome por primera vez. Siento el golpeteo tempestuoso del agua amoratar mi piel y me desdoblo tendiéndome agotado sobre el suelo. El agua me empuja igual que a la porquería que junto a mí está encerrada. Con mi rostro todavía bajo la luz, escucho cómo escurre el agua por una coladera y mi respiración se acelera al mismo tiempo que siento un tremor de placer por todo el cuerpo. Utilizando el mismo chorro lavan sin prisa el resto del suelo, lo hacen tan lento que me altera, lo hacen como si conocieran el ansia que tengo de ir a ver qué hay en la esquina. El sutil repique del latón llega de nuevo y el torrente regresa a ser gotas que destacan similares a las que caen del techo. El zumbido comienza a palidecer el cantar del agua al igual que la obscuridad engulle la luz en lenta agonía. Por fin llega el sonoro metal que es cerrado con pestillo y candado. Gateo con urgencia hacia la esquina donde continúa escurriendo el agua con esperanza de escapar. Con las manos temblorosas intento seguir la corriente para dar con el desagüe, sólo para encontrarme con una simple ranura en el suelo, demasiado pequeña inclusive para mi mano. Dejo escapar mi aliento de golpe y regurgito.
Mi asfixia en el persistente sonido y su evasión ante cualquier otro estímulo me privan del diáfano chocar del visor. Sólo a mis ojos llega la arremolinada náusea de ver el polvo flotar en ciclos muy dentro del halo mudo que llega de la puerta. Tu silueta cruza al tiempo en que lanzas pedazos de algo al interior. Me acerco.
- ¡No quieres que muera de inanición y sólo me das carne cruda!
La luz se va, pero el polvo persiste pestilente en mi rostro. Desolado palpando a obscuras el suelo busco mi rancio alimento hasta que topo con algo viscoso. Lo recojo lascivo hasta donde recuerdo que está mi rostro y aspiro fuerte intentando captar el sutil olor a sangre, pero costea el diáfano hedor a vómito alcohólico. Enfurecido arrojo el periódico hasta embarrarse en la pared y agonizar en un lento escurrir, restriego mi mano en mis andrajos y te maldigo.
El choque del visor ha ignorado al murmullo pues me despierta por primera vez, dándome vista a mi reducido espacio entre dos paredes y mis brazos atados por la cintura. Dejándome caer revivo el saludo del papel con delicados chasquidos. Por encima de mi cabeza llegan otros rumores que me indican que alguien se acerca. Se distingue una sombra incluso más densa que la penumbra que me rodea, mientras se aproxima se desgaja atemorizante.
- ¡Diles que se vayan!
Las sombras en su lento caminar arrastran sus seis pies en la tierra remanente en el periódico, al paso que murmuran con densas voces.
- ¡Diles que no se acerquen!
El murmullo va subiendo de volumen al grado en que distingo mi nombre en su cavernoso unísono. Veo sus manos venir y acariciar mi cabeza de una manera tan fálica que produce una extraña excitación insana que me aterra; pasean sus tersos labios por mis brazos para llegar a la cuerda y destruirla con libidinosas dentelladas.
- ¡Diles que me dejen en paz!
Tiran de mis cabellos en cosecha furtiva de mis memorias, intentando desgarrar los harapos mientras me pronuncian en coro lúgubre, acelerando al mismo ritmo que la fuerza y constancia de los tirones.
- ¿No te basta tenerme así?
Todo cesa cuando suena el eco de mi voz. Con mis recuerdos alterados y sin más recurso, tomo mis piernas y me recuesto sobre mi lado izquierdo. Tiemblo.
El pesado sabor en la lengua del opio seco me despierta, abro los ojos y percibo lo mismo que cuando estaban cerrados, aún así, sé que no estoy dormido. Toco mi cuerpo desnudo y siento mi piel que ya no está sucia. Una gota que resbala del techo es desgarrada por el aire dando pie al preludio del zumbar, luego vértigo enalteciendo la jaqueca y la nausea, el hedor escampa. Vomito.
Con el aliento ácido encarando al suelo, la garganta dilatada y mi vientre acalambrado escucho un grito despejado que enmudece todo.
- ¡Agua!
Arrastro mi cuerpo en dirección a la luz de la puerta y me incorporo. Apoyo la barbilla en la puerta, cierro los ojos y abro la boca para sentir el líquido llenar mi boca, olvidándome de suprimir el antojo de juguetear mi lengua en el frío, aunque provoque asfixia sin ataviarme. Súbitamente se corta. - ¡Más! -. Murmullos del otro lado y cierran el visor en mi rostro. Derrotado, me dejo caer y en el constante arrullo del zumbido del agua, me duermo.
Despierto y en la pared los tres cuadros, interrumpidos de nuevo por una sombra que vadea de un lado a otro, buscando algo. Me pongo en pie y abro la boca junto a la rendija en espera de más agua; percibiendo así un suave aliento detrás del siseo y la puerta. Aspiro varias veces por el visor. Tu. Bajo la cabeza en vano intento de verte a través del recuadro, pues mis párpados titubean por la falta da obscuridad. Sometido a dejarlos cerrados recargo mi frente en el visor. – Te extraño. – Un triste gemido y se cierra el visor. Acerco mi mano hacia la puerta y la rasgo, llevándome óxido en las uñas. – Sé que sigues ahí, no te pienso dejar ir hasta que me escuches. – Rasgo de nuevo y acaricio el visor pensando en tus labios. – Tengo sed. – Del otro lado se escucha tu dolor y los pasos que se alejan. Me derrumbo.
De nuevo se abre la esperanza en medio de la obscura soledad y lanzan otra porción de carne. Temblando de desesperación, gateo hacia ella. Cierran el visor y en medio de la penumbra el pedazo me dice:
- Escucha mi memoria muscular. Ella no te quiere.
Lo tomo entre mis dedos apretándolo con rabia. El recuerdo de la carne me tienta perenne, lo acerco a mi rostro, huelo su sangre cruda y le entierro las uñas.
- ¡No es cierto!
Lo levanto al tiempo que mis yemas aplastan suave, exprimiéndolo más y más. Su voz que resuena en mi cabeza me lleva a sujetarlo firme y arrancarle un trozo.
- No te quiere.
Queriéndome olvidar de su carne- ¡No es cierto! – arrancándole trozos – ¡No es cierto! – surgen nuevas bocas que me aturden – ¡No es cierto! – tentándome a poseer sólo carne y su memoria– Ella no te quiere – hasta que en un clamor ensangrentado destrozo por completo al mensajero.
Manchado en cansancio dejo caer mis manos al suelo y entre dolorosos suspiros intento convencerme: No es cierto.
Me despierto atado en el lúgubre sonido en medio de nada, seco. Mi respiración es ocupada por el aliento de las gotas que me rodean, mas no son sólo las gotas, hay alguien más. Mis ojos desquiciados buscan de nuevo algún ínfimo rayo de luz, necesito dar con algún orificio qué rascar. Los muslos se endurecen al incorporarme y mis dedos se constriñen en estas simiescas garras que arañan el periódico cuando camino. Escucho sobre mí las gotas desprenderse del techo, atraparlas con cualquier parte del rostro resulta inútil, pues se mueven y me rodean, me pierden. Ya no sé si lo que se oye son las gotas que se desprenden o las que golpean. Tampoco sé si lo que veo es una de las paredes o el techo, a mi espalda todo es tieso y frío y ellos murmuran. Un espasmo viene y me forza a patear al frente, llega el crujir resonante del papel y me dejo caer en la misma dirección. La colisión muda y el dolor indican que estoy de pie junto a la pared. Me dejo caer y deambulo de rodillas rasguñando toda la pared en crudo intento de encontrar esa puerta oxidada, sólo pienso el encontrarla y golpear hasta que respondan. Los de adentro comienzan a llamarme y ni el ruido del agua, las piedras entre mis uñas o incluso el zumbido logran ahogar sus voces. Mis manos tiemblan rascando en la pared, las siluetas de los rostros que creo que tienes. Los oídos arden en medio de quejidos que me llaman por un nombre que ya no reconozco como el mío y que no sé si pueda ser el tuyo. Mi lengua disecada lo repite, pero mi mente no se acuerda de cómo articularlo. Por más fuerte que rasque no puedo tajar esta agonía, sólo se me ocurre gritar.
Un solo eco y silencio. Se detienen las gotas a medio aire y cesa el zumbido y con él, el vértigo. Todo está quieto, me deslindo de la pared y gateo lentamente por el suelo. Al sentir en mis palmas la fría piedra deposito mi rostro demacrado. Mi respiración no jadea ni levanta polvo y el hedor no está. Aprieto los párpados y se escapa una gota que resbala y cae, pero antes de golpear se detiene. Levanto el rostro y veo tres figuras en bata blanca. Han traído a los más viejos. Uno de ellos se acerca y me extiende la mano dándome en su palma un destello azul en el que dejo todo mi dolor.
“Quiero nunca ver ese lugar de nuevo, quiero nunca probar tu agua otra vez.”
Observas de frente tu recuerdo de mis ojos perdidos. Retrocedes y tu vista se encuentra con los tres cuadros en la pared. Das media vuelta y ves el visor de la puerta arriba de mi cabeza. Tu mirada sale antes que lo cierren y afuera te encuentras contigo corriendo la rendija. Das la espalda a la prisión y comienzas a caminar por el pasillo de tu pecho. Levantas las manos y jalas las cortinas azules, para que los dedos te abotonen esa camisa azul, cerrando así la memoria palpitante. Te llevas las manos al rostro y repites mi nombre.
Rodeada de goteras, despiertas, abres los ojos y entre de los tres cuadros de luz escuchas:
- ¡Agua!
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